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31 mar 2015
Documento elaborado por el Colegio Oficial de Biólogos de Euskadi
Bilbao, 30 de marzo de 2015.
El Colegio Oficial de Biólogos de Euskadi quiere, en primer lugar, manifestar su cercanía y solidaridad hacia las personas que han sufrido los efectos de las inundaciones en el pasado. En especial a las que han perdido seres queridos, pero también a quienes han sufrido daños económicos y psicológicos. A su vez, quiere solidarizarse con las personas que sufrirán estos efectos en un futuro no lejano. Por la sencilla razón de que, por mucho que nos empeñemos en negar la evidencia, las inundaciones nos acompañarán y seguirán ocasionándonos perjuicios económicos. En nuestra mano está que estos fenómenos naturales no nos ocasionen tantos inconvenientes y que nos recuperemos de ellos con mayor rapidez. ¿Puede hacerse de la noche a la mañana? Probablemente no, pero se podrían hacer muchas cosas en tiempo record y con efectos muy palpables. ¿Alguien puede prometer que "esto" no va a volver a ocurrir y que tiene la solución inmediata a todos los males? Lamentablemente sí. Prometer, y después incumplir, sale gratis en este país.
¿De qué hablamos, por tanto? Está repetido hasta la saciedad que las inundaciones son fenómenos naturales, que siempre han ocurrido, y que no podemos evitarlos. El objetivo no debería ser evitar las inundaciones sino (1) conseguir a corto plazo que no produzcan víctimas mortales y (2) que los daños económicos sean cada vez menores. En cuanto a lo primero, el objetivo debería ser 0 víctimas. Cualquier víctima deberíamos considerarla un fracaso colectivo. En cuanto a lo segundo, no sería difícil invertir la tendencia actual, en la que los daños por inundaciones son crecientes.
Partimos de una mala situación. Probablemente son miles los kilómetros de ríos, estuarios y costa sometidos a elevado riesgo de inundación en España. Es decir, territorios, a veces amplios (lo hemos visto en las últimas inundaciones del Ebro), donde se producen las inundaciones con bastante frecuencia y en las que hay infraestructuras humanas, de cualquier tipo, que pueden sufrir severos deterioros: cascos urbanos, zonas industriales, áreas de alta productividad agrícola, granjas, etc.
En primer lugar, en nuestra opinión, se debería plantear una estricta moratoria, a escala nacional, que impida la construcción de nuevos elementos muy vulnerables (viviendas, pabellones industriales, infraestructuras críticas...) en áreas de alto riesgo. Es decir, aprendamos de nuestros errores, algunos de ellos de hace siglos. Sin culpabilizar pero llamando a las cosas por su nombre. Quizá sería suficiente con cumplir lo establecido en el Real Decreto 9/2008, de 11 de enero. Pero podría, debería, irse más allá. Algunos Planes Hidrológicos, no son la mayoría, ya han establecido normas específicas que limitan las construcciones y actividades en zonas inundables. ¿Por qué no extenderlo, con sus lógicas adaptaciones, al resto de Planes Hidrológicos? Frenar el disparate debería ser, hoy en día, labor prioritaria. De nada servirá plantear otras medidas si seguimos incrementando el negro catálogo de zonas de riesgo. Sin olvidar otra cosa no menos importante: cúmplase lo que se publica en el BOE. Tan sencillo como eso.Hay otra batería de aspectos que tienen que ver con la coordinación de las instituciones (nuestra Administración tiene hasta cuatro niveles), el establecimiento de sistemas de aviso y alerta temprana y la información clara y precisa a la población, tanto antes (cuando no llueve, de manera que quien está en zona de riesgo sepa qué tiene que hacer y qué no tiene que hacer, cómo lo tiene que hacer y cuándo) como durante los eventos extremos. En esto, todavía y pese a que hemos avanzado bastante, tenemos un gran y fructífero recorrido por delante. Las inversiones en Protección Civil, cuando se hacen con buen sentido, se amortizan el primer año. Debe imperar la coordinación, la cooperación, la corresponsabilidad y la solidaridad. Desde los Ayuntamientos hasta la Administración del Estado.
Los ríos se expanden. Cada cierto tiempo pasan de tener 10 metros de anchura a tener 100. O de tener 500 m a tener 5 km. Podemos negarlo, pero no por eso va a dejar de pasar. Los ríos necesitan espacios de expansión. Es esencial recuperarlos donde se han perdido. Los ríos son sistemas vivos y dinámicos. Sin crecidas no hay ríos. Ha pasado siempre y seguirá ocurriendo. Podemos intentar dos cosas: procurar dominarlos o intentar acomodarnos a su dinámica natural. Llevamos muchos años peleándonos contra ellos y por ahora no parece que vayamos ganando la batalla. Quizá sea el momento de optar por una diferente ordenación del territorio, que tenga en cuenta que cada cierto tiempo, el río reclama lo que es suyo. Dejemos zonas en las que el río se desborde y pierda energía. Pensemos en soluciones para compensar a los agricultores que se establezcan en estos ámbitos o en otros usos que sean compatibles con el carácter inundable de estos territorios. Todo ello sensibilizando y concienciando a la opinión pública. Los ríos son un patrimonio geográfico, natural, hidrológico y cultural que debemos entenderlos y valorarlos como son.
¿Pero qué hacemos con el pasivo histórico? ¿Qué hacemos con la multitud de cascos urbanos y polígonos industriales sometidos a alto riesgo de inundación? No podemos dar una solución genérica. Cada zona es diferente y exigirá una solución concreta, enmarcada, eso sí, en un plan a escala de cuenca. Opinamos que las soluciones de ingeniería clásica se tienen que dejar para los casos extremos en que no haya otra opción viable, que se deben ejecutar con el máximo respeto ambiental, pero siempre después de exprimir todas las demás posibilidades. No obstante, lamentablemente, somos conscientes de que hay muchos casos extremos en nuestro país, que costará mucho dinero y tiempo corregir, y en ocasiones con elevados costes ambientales y sociales, por lo que en primer lugar hemos colocado la urgencia de frenar la ocupación de los espacios inundables. Esto debe comenzar ayer.
Finalmente, queremos animar a las administraciones a que mejoren todos los aspectos operativos y sociológicos de la post-inundación: prever lo que puede ocurrir y tener los mecanismos para recuperarnos lo antes posible. Incluyendo la atención a las personas damnificadas de una u otra manera. En los pueblos o barrios donde las inundaciones se producen con frecuencia se suele vivir una verdadera y comprensible psicosis, que estalla cada vez que el río les afecta. Restañar esas heridas psicológicas y sociológicas también debería ser una labor pública. No podemos confiarnos al fatalismo, a que el tiempo lo curará, o a la promesa fácil y vacua. Estas personas se merecen otra cosa.
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